
No quiero que se cierren mis ojos esta noche.
No quiero que me cubra el sueño con su manto,
ni caer al vacío que roba la memoria.
Detrás de mi ventana hay un reino de sombras
y desliza por todo sus mil dedos helados.
Portones atrancados, cerrados los postigos,
para que no me toque el hálito de muerte
que siembra cada noche el monte y las callejas
de cuerpecillos rotos, abiertos, destrozados.
No he oído los gritos que otros han escuchado,
no he sentido en mi puerta los golpes de la aldaba
ni me ha rozado el velo de ése ser espantoso.
Pero sé que está afuera, se arrastra por las sombras,
desgarra corazones, destruye la ternura,
bebe sangre de niños, va diezmando el ganado
y ha cubierto de miedo mi pueblo y mi morada.
Dicen que se presenta detrás de la penumbra
y con sus pasos sordos acecha al indefenso,
no lo ven cuando ataca niñitos en sus cunas
ni cuando en los rebaños consuma su matanza.
Por eso yo no quiero dormirme en ésta noche,
porque dormida olvido y tengo que acordarme
qué les pasó a mis manos, por qué mis uñas rotas,
dónde y por qué mis piernas se cubren de arañazos;
por qué despierto al alba, aterida de frío
con el pelo revuelto y los pies embarrados.
Y de quién, santo cielo, será toda esta sangre
que me mancha la ropa, las manos y la boca,
por qué tengo en los dientes este sabor extraño,
por qué cada mañana me siento tan cansada
y de dónde han salido, de quién son, madre santa,
los corazones frescos, aún casi palpitantes,
que encuentro al despertarme debajo de mi cama.
No quiero que me cubra el sueño con su manto,
ni caer al vacío que roba la memoria.
Detrás de mi ventana hay un reino de sombras
y desliza por todo sus mil dedos helados.
Portones atrancados, cerrados los postigos,
para que no me toque el hálito de muerte
que siembra cada noche el monte y las callejas
de cuerpecillos rotos, abiertos, destrozados.
No he oído los gritos que otros han escuchado,
no he sentido en mi puerta los golpes de la aldaba
ni me ha rozado el velo de ése ser espantoso.
Pero sé que está afuera, se arrastra por las sombras,
desgarra corazones, destruye la ternura,
bebe sangre de niños, va diezmando el ganado
y ha cubierto de miedo mi pueblo y mi morada.
Dicen que se presenta detrás de la penumbra
y con sus pasos sordos acecha al indefenso,
no lo ven cuando ataca niñitos en sus cunas
ni cuando en los rebaños consuma su matanza.
Por eso yo no quiero dormirme en ésta noche,
porque dormida olvido y tengo que acordarme
qué les pasó a mis manos, por qué mis uñas rotas,
dónde y por qué mis piernas se cubren de arañazos;
por qué despierto al alba, aterida de frío
con el pelo revuelto y los pies embarrados.
Y de quién, santo cielo, será toda esta sangre
que me mancha la ropa, las manos y la boca,
por qué tengo en los dientes este sabor extraño,
por qué cada mañana me siento tan cansada
y de dónde han salido, de quién son, madre santa,
los corazones frescos, aún casi palpitantes,
que encuentro al despertarme debajo de mi cama.
.