Algunos días son como de azúcar y canela. Es como si la
vida, desde tempranito, se empeñara en darte besos y decirte cuantísimo te
quiere. Isabel, con ese cerebrito derribado, te canta a coro el “cumpleaños
feliz” y es un regalazo enorme, tierno, indescriptible. Y Elvira, emocionada
diciéndote que disfrutes cada uno de los momentos de la vida. Cada uno.
Pero alguien ya se ha acordado de ti y ha enviado un
mensaje: “Felicidades, princesa”.
Sonrisa puesta .
Y Facebook petado de buenas intenciones de gente que te
aprecia, y Whatsapp igual. Y el teléfono. Voy a recoger a mi peke al cole y me
dice: yaya, hoy es tu sufelaños. Y me sonríe y me abraza y me derrito completamente.
Suena el telefonillo y pienso en el cansino cartero
comercial, pero no. Es un ramo de flores con un repartidor detrás.
Oooohhhhhh... Es ya imposible borrarme la sonrisa.
Cocinando todo el rato para que mis hijos disfruten de la
cena. Se llevan lo que no se han comido, porque así debe ser. Esos regalos que
han elegido con tanto cariño… (de verdad necesito una crema de día, de verdad?)
Un día escandalosamente feliz. No se a quién se lo debo
agradecer. Pero eso de que el corazón se revienta de alegría es casi literal.
Qué suerte, qué suerte sentirse tan querida.