Mostrando entradas con la etiqueta Miguel Paz Cabanas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Miguel Paz Cabanas. Mostrar todas las entradas

martes, 5 de agosto de 2025

...


Súbita escasez de poetas:
no tipos laureados 
ni de postín,
sino seres que añoran Palestina.
Pumas desolados exploran el enigma del cielo:
no hablamos de conspiración
o necrosis, 
sino de un suceso luctuoso.
Hay quien nos acusa de pesimismo,
de rebeldía, 
un delirio de lectores enfermos.
Pero, 
dado lo escaso del número 
(no consiguen encontrarlos: 
tan excéntricos y furtivos),
se celebran simposios en la ONU 
y hay quien percibe
(como esos huéspedes que respetan el sueño de los niños)
que los poetas y sus corazones errantes
no se dejarán ver más.
Y que su verbo insolente,
su verbo colosal,
no tallará más estrellas 
sobre la cabeza de los pumas.


Miguel Paz Cabanas

martes, 3 de junio de 2025

Chica de luz



Entre gacetas y almanaques,
sentada a contraluz,
se atusa el pelo mi chica 
y pone a la tarde 
(y a las sábanas y los pájaros)
ojos de arrullo.
Dicen que lleva puntillas 
y un marcapasos de cromo.
Cuenta dos años en España,
vino de la guerra (una de ellas)
y la desahuciaban, 
por frágil, 
los de la Seguridad Social.
Me da la prensa con una sonrisa 
y me pregunta por mi padre muerto.
Imagino su marcapasos como una caja de música,
el soldadito de plomo y su bailarina, 
uno al lado del otro,
esmalte de ojos,
tersura de labios,
el dogma del hueco y del latón.
Me dice que le duele la cadera
y que el tiempo, 
herbolario caprichoso, 
es una mudanza sutil.
Le dan pocos años de vida.
Muy pocos.
Pasó la juventud viendo caer bombas,
pero esboza una sonrisa y baila
(el dolor a contraluz una danza)
el tango grácil y liviano,
humo de escombro y colibrí,
y en la penumbra de caramelo,
diapasón invisible,
oigo, 
diminuto,
el gong de su corazón.


Miguel Paz Cabanas

jueves, 9 de enero de 2025

Los muros



Hay poemas de amor que solo se escriben 
en los muros,
muros desconchados,
nocturnos,
devorados por la soledad.
Los he visto en ciudades malditas,
en estaciones desoladas,
en callejones donde no penetraba la luz.
Caminaban por su filo gatos viejos 
y mañanas gimiendo desnudas.
En los muros de la infancia 
no son necesarios los mensajes de amor
(tampoco al final,
en la alcoba vacía,
cuando las sábanas languidecen).
Pero, 
escuchad,
hay un muro donde todo acaba,
donde todo deja de ser,
donde sobran las palabras.
El ruiseñor no canta entre sus púas,
nunca lo hace.
Podrías grafitearlo sin descanso,
pues la lluvia borra su memoria 
y desde las ventanas de los coches 
(solitarios, nocturnos)
parecen brochazos de Dios.
Piedad de los versos en los muros del amor,
donde escribí tu nombre por primera vez,
donde te besé a hurtadillas
y se alejaron mis manos de tu espalda.
Los poemas de los muros,
cuando nadie los lee,
se parecen a callejones sin luz.

Miguel Paz Cabanas

domingo, 6 de diciembre de 2020

Hombre viejo


 

¿Dónde están los recuerdos que traje?
Mis hijos se fueron;
los sueños se extinguen;
los versos que leí
duermen bajo tierra.

Veneraba tus labios,
tu cadera rubia,
y así es como te conocí:
abrazándome por la espalda,
iluminando con besos
el temblor de mi rostro.

He sufrido todo lo que Dios consiente
y al morder el filo de tu boca,
fue tu silencio de cobre
mi tardía inspiración:
como cuando el dolor
ensombrece los álamos
y las fuentes,
y en mi corazón de hombre viejo,
expulsado del edén,
solo me queda tu piel
para naufragar.

Miguel Paz Cabanas.

martes, 15 de septiembre de 2020

Cicatriz


 Sospecho que las heridas
-las más profundas
y esas otras,
que se desvanecen-
tienen algo de luz.
Las ciénagas y los suspiros,
también.
Si me rozas con tus labios,
tus labios impacientes,
sé que habrá esperanza,
un rumor habrá.
Me angustia esta noche,
porque la llama te aleja de mí.
¿Dónde están las manos
que cantaban,
las que suplicaban
la rosa?
Puede que solo quede la mañana,
triste como una limosna,
como un campesino viejo y descalzo.
Habrá una víspera de palomas
y apuraré junto a la cama tu nombre,
el eco dulce de tu nombre,
vendrán a llamarme
y me pondré en pie,
pero cuando todos
se vayan,
cuando la luz
se aleje
-los suspiros
mimbre de la noche-,
¿dónde estarán tus labios?,
¿dónde estará, amor mío,
la luz
que limpie mi cicatriz?

Miguel Paz Cabanas

martes, 25 de febrero de 2020

Alguien debería decirnos





Alguien debería decirnos,
antes de morir,
que todo eso de la luz que inspira al moribundo
es hermosamente falso:
como los unicornios
y las libélulas de jade,
o los vampiros que seducen doncellas
-de ojos lánguidos-
al forrar su ataúd.
Que lo que nos espera,
más bien,
es una devastación minuciosa
y sombras que usurparán
​nuestro corazón:
a eso se parecen los últimos sueños
de las trincheras
y el algodón que besa fatigado,
el contorno de la herida.
Por eso,
porque nadie nos lo dice,
ni siquiera nuestra madre,
merece la pena detenerse
un momento
y pensar en las semillas rojas:
la turgencia de tus labios,
el calor de las manos tras arañar los bolsillos,
el vagón de terciopelo,
la cresta feliz del gallo,
la bombilla en medio de la oscuridad.
Porque lo único que queda a salvo,
mientras vislumbramos
el azar de las estaciones,
es una hoja marrón,
la misma que suspira en el tallo,
se brinda prodigiosa a la luz
y se lanza al vacío,
desnuda,
cuando ya es demasiado tarde.
 Miguel Paz Cabanas

domingo, 9 de febrero de 2020

Carta de amor



Si estás leyendo esta carta de amor, publicada en un modesto diario de provincias, si la estás leyendo antes del Día de los Enamorados, no pienses que la escribí para ti. Es cierto que la concebí en una ciudad nortiza, bajo el tañido de una campana de piedra, a esas horas donde todo se desvanece y se calma. Acababa de salir del trabajo y soñaba con una foto robada desde el mar: esa donde tu sonrisa es un verano en los ojos y tus caderas una espiral de luz. Pero no, no la escribí para ti. Dejé que sus renglones se fueran por calles furtivas y me cantasen al llegar a casa. Abrí una botella de cuerpo oscuro e imaginé cómo empezaría. Buscaría un pomo de tinta y la redactaría de mi puño y letra. Hablaría de domingos sin sol y de tardes desnudas, pues las cartas de amor, fatalmente, tiritan de soledad. Evocaría uno por uno, como si fuesen lienzos, los viernes más tristes y dulces. Me entregaría a una caligrafía veloz y fervorosa, y alcanzaría exhausto la última línea. Justo a tiempo de enjugar una lágrima y servirme una copa de vino: así es como nacen las cartas de amor, aunque esta no la escribí para ti. Crucé con ella parques desolados, sorteé muros de espinas, busqué entre las ramas bajas la silueta de un buzón. La gente me miraba como si hubiese vendido mi alma, o el aliento que le queda a un niño. Era ese hombre que gime cansado y sueña a tientas bajo el cielo. En algún instante, cerca de la Catedral, tuve un presentimiento y supe que nadie escribe cartas de amor. Nadie las liga con una trenza, no hay templos donde dejarlas, no existen emisarios que las guarden al oscurecer. Mi mano la oprimía contra el pecho y, a quien quería oírme, le hablaba de mi juventud. Me censuraban, me tomaban por loco, pero no la escribí para ti. Busqué más tarde una pared limpia, pues es sabido que quien enloquece de amor vuelca sus versos en muros paganos. Pero eran solo tapias tiznadas que anunciaban el fin de la ciudad. Regresé de la noche y abrí el sobre para esgrimir sus palabras. Las mismas que ahora lees en este diario y que nunca escribí para ti: cómo hacerlo, si tú eres todas las palabras, las palabras del bosque y de la fiebre, las del futuro y las de la memoria, las que cantan como pájaros deslumbrados en la soledad de mi corazón.

Miguel Paz Cabanas

sábado, 30 de noviembre de 2019

Con la tentación



Con la tentación de besar
la fría piedra de tu mañana,
la piel violenta y suave de tus pechos,
he regresado cansado
y expectante
para decir que te quiero.
Quiénes son ellos
para impedir que retire las espinas
que protegen tu alma
y murmure con furia
tu nombre amado.
He visto morir palomas y niños,
ennegrecerse las rosas,
suspirar desbocado el pulmón de la hiedra.
Más allá de los cerros fríos y las naves nocturnas,
no había nada.
En el mar,
la sangre poseía el tono púrpura
de la blasfemia
y en los camposantos,
coronados de amapolas,
no había espacio para la piedad.
Buscaré la belleza en el dolor,
te nombraré siempre,
sacrificaré mi escudo
y mi carisma
por rozar tus labios:
y solo entonces,
convertido en hiedra,
dejaré que la ceniza de los glaciares
pulverice mis ojos.

Miguel Paz Cabanas


sábado, 2 de noviembre de 2019

Sed




Si aquello que tocas se vuelve pausa y luz,
si lo que rozan tus ojos y sacia tu vientre
es verbo y miedo,
mi noche se empapa de soledad.
Lo que susurras y usurpa mis sueños,
lo que me hace rehén,
es un árbol creciendo dentro de una madriguera.
Te he visto acudir de noche
con palabras en la cintura,
los labios sedientos de luz,
con llamas de sangre en la tierra que pisabas.
¿Y si te dijera que cuando me nombras
renuncio a Dios?
No te alejes de mi piel;
no he de temer que me conviertas
en basalto ni raíz;
si acaso en pulpa trémula y corazón mudo,
un sitio donde tus besos
me sacien de sed
y retumbe mi noche
con gargantas de sangre.


Miguel Paz Cabanas

martes, 22 de octubre de 2019

Vendo mi alma




Vine a venderla de saldo,
pero tras un regateo somero
recibí una oferta miserable:
media libra de recuerdos,
una foto trucada,
un algoritmo con la rúbrica de Dios.

No es que,
después de tantos años,
la tenga en gran estima
–a mi alma-,
pero he de admitir que,
haciendo balance,
aduce varios pretextos:
tardes de clérigos infames,
sinsabores tenaces,
la dulce agonía de la pubertad.

(Las almas vienen a ser como doncellas
acosadas en un templo
por seductores de postín).

Una vez,
vestida con andrajos
-hablo de mi alma-,
se paseó por el infierno de Dante
y se llevó entre bastidores
una decepción:
vio a tanta gente familiar,
a tanto discípulo afín,
que se incorporó un poco ofendida.

Intenté persuadirla de que,
pese al calor y las moscas,
no se estaba tan mal.

Ahora,
mientras la pesa un ángel en la balanza
-ni siquiera da para veintiún gramos-
advierto, con lucidez,
la magnitud de mi error:
hay un exceso de almas en el mundo
y ni siquiera el demonio las pondera.

Así que,
en esta víspera pura,
como quien empuja una llanta,
la arrastro por el campo,
con su cortejo de luciérnagas,
a dos kilómetros por hora.

Rueda sin afán,
con aire taciturno,
tropezando perezosa
con abedules enanos.

Diría que en este momento,
tupida de crisálidas,
parece
un pañuelo de batista.

Ah, mi alma,
con su olor a caramelo,
su suspiro leve
y sus ojos de roedor asustado:
quién me iba a decir que la vendería,
en este lunes sin proezas,
por una noche de saldo.


Miguel Paz Cabanas

miércoles, 2 de octubre de 2019

Balada del hombre con Alzheimer




Huir,
no saber dónde huir,
enloquecer,
el cerebro desahuciado,
la tierra sin semillas,
los moldes de plomo,
la máscara infinita,
ciega y tuya es mi noche.

Dejarte para siempre,
evocar la noche,
las bocas,
los relámpagos,
el fruto lejano de tu piel hinchada.

Dejarte
y no saber dónde huir,
empujar la maleta,
ser penumbra,
desfallecer,
danzar con mi cerebro loco,
tierno de espinas,
escoria de hoguera y frío.

Descubrir al alba
que ignoro tu nombre,
tu nombre,
un látigo en mi alma negra,
la fiebre blanca devorando mis ojos.

No poder deletrearlo,
tu nombre,
renunciar a pronunciarlo,
tu nombre,
que mi memoria lo cante,
tu nombre,
un millón de veces más,
tu nombre.

¿Aceptar la vileza,
el desenlace,
la agonía del cerebro postizo?

No transigir;
tatuar tu nombre
hasta cubrir mi alma;
tatuar tu nombre
hasta sellar mi piel;
y cuando me desvanezca
(devorado
en la penumbra
del cerebro marchito),
estirar la piel para gritar,
esculpir la piel para recordar,
y que sea tu nombre,
al fin,
el roce de mi memoria desolada.

Una pizca de sal en los labios,
tu nombre tatuado
en mi nunca,
una reverencia breve,
salgo de mi cerebro para soñar.


Miguel Paz Cabanas


miércoles, 28 de agosto de 2019

De repente




De repente presentí
el final del verano,
la memoria de una guitarra,
fragancias a lavanda y trigo viejo,
y en la cronología de las estaciones,
en la piedra tibia,
la luna de tu piel brillante,
el vestigio de la lumbre,
el rumor de tus pies descalzos,
propagando,
con violencia de pañuelos,
la saliva de la tarde.

Miguel Paz Cabanas

miércoles, 31 de julio de 2019

Ya no quedan genios




Ya no quedan genios saliendo de copas de ámbar,
ni siquiera de lámparas, o tazas de té.
Por eso,
en esta tarde agonizante,
cuando lo he visto en la playa,
asomando su cráneo de una boca roja,
le he pedido tres deseos:
que me quieras,
con tu médula y tu sed;
que me quieras, 
con tu rabia y tu cintura;
que me quieras,
con tu piedad y tus labios;
pues no hay canciones en el mundo,
ni siquiera dioses ebrios,
que puedan concederme,
en esta noche triste y leve,
una pizca de amor.

Miguel Paz Cabanas


sábado, 29 de junio de 2019

Verano




Ir hacia el verano 
donde las campanas se enfurecen
y los ángeles custodian la hoguera,
donde mueren las playas
y arden las guitarras,
hallar lo que los poetas
sacrifican
en el filo amargo de sus versos,
ese vértigo melancólico 
de las golondrinas
que se persiguen
unas a otras
unas a otras
unas a otras.


Miguel Paz Cabanas

miércoles, 6 de marzo de 2019

Todas las mujeres



Mujeres al borde de una orilla infinita y soleada. Mujeres al borde de un camino que las lleva hacia una casa vieja, en pueblos pequeños y desolados. Mujeres que llegan al hogar y ven la sombra de otras mujeres, ancianas que cosen camisas, alientan el fuego o alimentan a los animales. Mujeres con niños a cuestas, cruzando fronteras de púas y barro. Una muchacha corriendo como una exhalación por la ciudad, dirigiéndose a un futuro que le pertenece. Sara el día que se fue a la Facultad con una maleta llena de sueños. Las madres de la infancia, sus brazos desnudos en el alféizar, su voz abriéndose paso en una mañana diáfana. Las mujeres que conversan al sol mientras la vida se despereza a sus pies: criaturas que duermen en su regazo, gallinas picoteando el maíz, un mastín bostezando con añoranza solemne. Mi chica saliendo de un auto ochentero, vestida de blanco, guapa como las rosas, en el umbral de una ermita babiana. Mi madre y los paños blancos sobre mi frente esmaltada de fiebre. Las jóvenes que viajan solas, su cuerpo enredado en un vagón de madera y terciopelo. Las madres de nuestros amigos, mirándonos con una mezcla de aprobación e ironía. Esas chicas que te cruzas en la calle una tarde de abril: insólitas, bonitas, luminosas como el jade. Mujeres que se hicieron libres ignorando a tanto clérigo fanático y reprimido. Mujeres que te cogen de la mano cuando les ofreces lumbre y te miran a los ojos con insolencia y ternura. La niña aferrada al abrigo de su madre como a la crin de un caballo, a un pomo que se cierra, a una almohada en la oscuridad. Mujeres que cruzan playas de rocas negras, de ojos negros, huyendo de la noche larga, furtivas como alondras. Mujeres que llegan a tu país en patera y su nombre suena a savia y cascabeles. Mi hermana madrugando para ir a cuidarme al hospital. Una chica que vi en el tren leyendo un libro de tapas rojas: su mirada soñadora, el pelo recogido en una trenza, los labios sonriendo como colibríes (lamentar que nunca la volverás a ver). Las niñas que saltan, que indagan, que corren en los patios de los colegios: la verdad y la pureza está en la luz inteligente de sus ojos. Todas las mujeres que amaste; todas las mujeres que te hicieron sentir como un niño y como un hombre. Eva robando la manzana y sembrando la belleza de la duda sobre la tierra. Las mujeres de todos los cuadros, la expresión indescifrable de sus rostros antes de salir del pincel. Sara llamándonos desde ciudades lejanas, Montevideo, Hanoi, Amsterdam. Todas las mujeres que apagan las luces en el mundo, como si de ellas dependiera nuestro sueño. Y el bronce de la luna volcándose sobre la noche del mar: esa proeza, ese resplandor, también es una mujer.

Miguel Paz Cabanas

viernes, 22 de febrero de 2019

Cuando ya no estés




El glaciar continuará su viaje cuando te hayas ido.
Los bosques se mecerán bajo el cielo
y las piedras llenarán los cauces cuando ya no estés.

Aquella chica que besaste en una calle del sur
se sentará en un banco 
y amamantará a su niña.

Las estrellas seguirán su camino gélido y errante,
las pezuñas de los caballos resonarán en el bosque.

El musgo ocupará las grietas cuando tú no estés,
se estremecerán las alondras,
la hoz relumbrará sin pausa.

Jadearán las noches de voz dulce,
las mareas robarán el sueño a las playas.

Habrá cuerpos enlazados en jergones
que alguien limpiará por la tarde.

Los niños correrán en los patios,
las avispas caerán sobre la fruta
como minúsculos aviones lacados.

Dejarán lirios en tu tumba cuando no estés,
cuando solo seas linaje o memoria.

Los hombres gemirán, zarparán, 
seguirán amando cuando tú no estés.

Evocarán tu nombre en una plaza,
y serás olvido en la luz de mayo.

Llamarán a la puerta cuando tú no estés:
eso será lo peor,
lo más triste,
lo glacial,
lo imprevisible.

Dejarán una carta con tu nombre en el buzón
y el viento cerrará la puerta,
pues ese es el último sonido que nos espera.

Y esos días sin ella cuando tú no estés,
todas esas vísperas arrebatadas
cuando ya no estés.


Miguel Paz Cabanas

domingo, 13 de enero de 2019

Que Dios me perdone, pequeña




Yo busco el calor
que deja la prosa de tu cuerpo
en las sillas vacías de los cafés,
como un negativo en un cuarto oscuro,
y no me duelen prendas en admitir
que lo hago tenaz, obsesivamente,
y lo hago, que Dios me perdone,
en los bancos de las iglesias,
en los muros de los jardines,
en los púlpitos desolados,
y en esa fuente donde crece,
como un ángel violento,
la hiedra del otoño 
y el olvido:
el agua oscura de tu boca
profanando de noche mis sueños.


Miguel Paz Cabanas

sábado, 14 de abril de 2018

Sospecho



Sospecho que las heridas de bordes rosados
tienen algo de luz.
Las ciénagas y los suspiros, también.
Si me rozas
con tus labios impacientes
sé que habrá un soplo de esperanza.
No me molesta el pudor de la noche,
pero en mi memoria la llama se aleja.
¿Dónde están las manos que cantaban
cuando suplicaba la rosa?
Puede que solo quede esta mañana,
la salitre vieja,
triste como un niño hambriento.
Habrá una víspera de palomas
y apuraré junto a la cama
las sílabas de tu nombre.
Entonces sabré que las heridas
nunca abandonan los labios,
y que las ciénagas y los suspiros, tampoco.

Miguel Paz Cabanas