sábado, 26 de abril de 2014

Escribiré quinientas veces el nombre de mi madre...




Escribiré quinientas veces el nombre de mi madre.
Con un vestido blanco trazaré cada una de sus letras por las
          paredes de mi dormitorio, por el suelo del patio del
          colegio, por el pasillo de la casa más antigua. Para
          recordar mi origen cada vez que yo viva.
En todos los lugares podré besar sus mejillas limpias de
          cristal, aunque ella duerma lejos:
sus mejillas cercanas que me dolerán allá donde acaricie
          su nombre escrito.
Tantos días, tantas noches habrá de alimentarme
          amorosamente con su parábola descalza;
vendrá mi madre a arroparme, mujer de humo, con los ojos
          tiritando de suerte,
y en cada sueño mis apellidos dolerán como un cartel de
          bienvenida a un hogar diferente.
Sobre mi cabello, rubio como el de mi madre, la corona que
          me ciño como hija primogénita de Dinamarca.
Me llamaré Vacía, en honor a mis muertos; miraré cómo
          retozan de acrílico las palmas de mis manos, sangrará
          mi lengua a disposición de mis muertos.
Gritaré quinientas veces el nombre de mi madre para quien
          quiera escucharlo, y escribiré que bendigo este medio
          corazón en huelga mío, pues no olvido:
nací para llorar la muerte de otros.
 
 
Elena Medel

domingo, 20 de abril de 2014

Yo no sé casi nada


Yo no sé casi nada.
Desaprendo deprisa. Me confundo,
me ahondo, me encuentro con paredes
que nunca me estorbaron.
Lo que sabía antes apenas ya me vale.
Se rebela la vida. La fuerza se rebela.
Con un rigor de espuma
exacta e incontable
yo me esparzo lo mismo
sobre algún rompeolas.
Ahora andamos en eso:
en saber casi nada.



Sara Royo





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viernes, 11 de abril de 2014

Cristal blindado.

 
 
Estaba convencida de tener un blindaje protector. Un cristal fuerte, a prueba de todo. Tenía la seguridad de su fortaleza, ésa que se consigue a base de tiempo, sudor, lágrimas y batallas. Sabía que podía con todo, porque siempre pudo. Ningún daño procedente del exterior tenía la fuerza necesaria para quebrar su cristal, ya que toda fragilidad cabía en el hueco de su mano pequeña, del tamaño exacto de la medida de su corazón. Lo bueno, lo luminoso, lo suyo, estaba guardado celosamente dentro, a salvo de todo.
Ya no hacen cristales blindados como los de antes. Se rompen cuando menos te lo esperas. Quizás no supo ver las fisuras, quizás una calma aparente hizo explotar la transparente coraza y los cristales, líquidos como lágrimas, la miraban perplejos, tan extrañados, tan perdidos como ella misma.
Habrá que reparar esto, pensó. Decidió irlos pegando poco a poco, volver a construír su castillo, porque todo el mundo necesita ese refugio donde cobijarse y hacerse fuerte ante el feroz enemigo.
Sin prisa. En esto de arreglar cosas, correr no tiene sentido.