miércoles, 2 de abril de 2008

Eran extraños hermanos.


Eran extraños hermanos. Ella era casi rubia, de un color canela o caramelo, de largas orejas y mirada dulce. El era casi gris, más pequeño y más astuto, de uñas y dientes afilados, cabezota y peleón. Se criaron juntos y desbarataron la leyenda de odio eterno entre perros y gatos. Eran colegas y compinches de fechorías; jugaban juntos, comían juntos, dormían juntos. Ahora Jade vive feliz en una familia q la adora (quiero pensar q hice lo mejor para ella, sabe Dios lo q me costó) y Kennet se fué al cielo de los gatos, donde esperará agazapado detrás de algún sofá el paso de un angelito despistado para abalanzarse a sus piernas y agarrarse con esas uñas q me tuvieron marcada mientras vivió, con las orejas para atrás y esa cara de velocidad y mala uva q tanta risa nos daba.

Esta emoción de ahora mismo, estas lágrimas rebeldes dan fe de q el hueco vuestro nada lo llenará, fuisteis únicos, especiales, mis queridos terroristas, mi Jade y mi Kennet, siempre.

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