
"Tengo sed",
me oíste decir
con el aliento apenas.
Y me arrullaste, como a un recién nacido,
contra tus pechos ávidos
de labios míos.
Me diste de beber.
Y luego de saciarme,
te repetí:
"tengo sed",
sin aliento apenas.
Me arrullaste, esta vez,
entre tus muslos
y de nuevo, me diste de beber.
En la fuente de la vida
y de la muerte, te sellé,
con un beso,
mi
último suspiro.
Luis Eduardo Aute
(Templo de carne, 1986)