lunes, 26 de julio de 2021

Mi yaya


 

Mi yaya fué, seguramente, mi primera amiga. Ella ideaba los planes más locos, y los llevaba a cabo conmigo de la mano. De repente decía: me llevo a la chica a Zaragoza. Y a nadie se le ocurría llevarle la contraria, ni siquiera a mis padres.

Recuerdo claramente una mañana. Me había llevado con ella a Zaragoza, como tantas veces. Yo iba de su mano, no sé si aún tendría los cinco años. Cruzábamos rapiditas una calle y, de repente, un coche frena ruidosamente justo delante de nosotras. El conductor, pálido del susto, saca la cabeza por la ventanilla e increpa a mi abuela: señora, ponga más cuidado al cruzar, que casi me llevo por delante a la cría y a usted!!!!! 

Y mi yaya mirándole con infinito desprecio, le dijo, muy tranquila: atontao, no ves que está verde?

El pobre hombre empezó a buscar el semáforo de la calle (entonces se empezaban a instalar semáforos en Zaragoza, pero aquella calle aún no lo tenía), mientras mi yaya se alejaba satisfecha, con la risa bailándole en los ojos y conmigo bien segura de su mano.

Así era mi yaya. Una mujer fuerte, valiente, alegre, a la que yo siempre adoré. Mi yayo era también un pedazo de pan, nada que ver con su pizpireta mujer. Quizás por eso, por ser tan distintos, se amaron siempre tanto, hasta el final.
Me ha venido a la memoria hoy, día de los abuelos. Para mí, siempre es este día.
Ojalá mis nietos me recuerden con la mitad de amor.

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