Mi yaya fué, seguramente, mi primera amiga. Ella ideaba los planes más locos, y los llevaba a cabo conmigo de la mano. De repente decía: me llevo a la chica a Zaragoza. Y a nadie se le ocurría llevarle la contraria, ni siquiera a mis padres.
Recuerdo claramente una mañana. Me había llevado con ella a Zaragoza, como tantas veces. Yo iba de su mano, no sé si aún tendría los cinco años. Cruzábamos rapiditas una calle y, de repente, un coche frena ruidosamente justo delante de nosotras. El conductor, pálido del susto, saca la cabeza por la ventanilla e increpa a mi abuela: señora, ponga más cuidado al cruzar, que casi me llevo por delante a la cría y a usted!!!!!
Y mi yaya mirándole con infinito desprecio, le dijo, muy tranquila: atontao, no ves que está verde?
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