viernes, 20 de noviembre de 2020

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Pongo mi mano izquierda en mi cuello, la palma sobre la calidez de la piel. Noto los latidos, como si fuera mi propio corazón lo que toco. El compás rítmico de la vida, la autopista de la sangre, los tambores de la existencia. Los dedos, casi bajo la oreja, perciben en la punta, de manera exquisita, la maquinaria perfecta del bombeo del alimento imprescindible. Latimos, mi corazón y yo, como un solo milagro.

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