jueves, 19 de marzo de 2020

Antonia Martillito

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Empezaba la década de los sesenta en una España aún temblorosa. 
En el sur de esa España vivía y tenía su industria  Antonia Martillito, que elaboraba de manera artesanal pequeños martillos de azúcar. 
Antonia Martillito tenía su delantal, su moño y sus andares. Tenía también una mesa de tijera en la que había pintado, en sus lados más largos, diez casillas en cada uno, de modo que había veinte espacios, perfectamente numerados, para su negocio de lotería. 
El asunto se completaba con una botella amarilla, que en otro tiempo contuvo lejía, y sus correspondientes veinte bolas de madera, que ella, al tacto, conocía perfectamente. El negocio de Antonia Martillito tenía como clientes especiales a los niños de la zona. 
Cada casilla costaba una perra gorda y los niños elegían su número y, sobre él, depositaban su moneda. 
Cuando todas las casillas estaban cubiertas de moneditas, Antonia Martillito sacaba del mandil un reluciente martillo de azúcar, titilante como una estrella con la envoltura de su papel. 
Los ojos de los niños fijos en esa liturgia. 
Y ella entonces levantaba la botella amarilla, con las bolas dentro, y comenzaba la emoción de esa rifa para niños pobres. 
La ilusión brincaba con enorme alborozo en aquellas caritas atentas. 
Antonia Martillito los miraba entonces y descubría al más desvalido, le sonreía, y por la magia de su amistad con las bolas, justo salía ese número. 
Nunca les tocó a los hijos del alcalde: ellos podían comprar el martillo a peseta, que era su precio. Pero los otros niños, los más pobres, tenían la posibilidad de obtenerlo por una perra gorda y el sentido de la justicia social de Antonia Martillito.

Esta historia es un poco mentira, porque yo no la viví. 
Me la contó, mientras me la regalaba, uno de esos niños pobres. 
Que sigue siendo niño, mientras recolecta plumas para sus alas.

4 comentarios:

  1. Aunque no sea verdad, es muy bonita, además, yo me la quiero creer!!!
    Besos y salud

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  2. Gracias, Genin. Por favor, cuidate mucho.
    Besicos.

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  3. Bonita manera de gestionar un reparto justo.
    Un abrazo.

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    Respuestas
    1. La justicia es la justicia...
      Gracias por venir, besicos.

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