lunes, 23 de mayo de 2016

Anapola



Pone piedrecillas en el camino apresurado de las hormigas. Creo que, como yo, las odia un poco. Y comentamos que qué grande es esta, y mira esa, cómo corre, y tratamos de memorizar que la casa de las hormigas se llama hormiguero. Lo tenemos casi dominado.
Caminamos entre esta exuberancia primaveral, todo a reventar de vida. El campo es una fiesta de colores.
Me cuenta que fué el sufelaños de la tía Diana y que mañana es el sufelaños de mamá. Esas flores rojas son anapolas. Las margaritas (me quiere, no me quiere) han perdido algo de interés. Y ha descubierto que le chifla soplar los diente de león. Se queda mirando fascinada como vuelan, etéreas, casi como hadas, las mil partes de esa bola de pelusa maravillosa con un nombre que no le pega nada. Diente de león. Qué bobada. Suspiros de ninfa debería llamarse. O algo así, no sé.
No volveré a mirar de igual modo un diente de león. Ni una anapola.
Ella me ayuda a redescubrir el mundo. Nombra las cosas de otra manera y cobran significado y forma.
Eres grande, pequeña. Te lo dice una princesa.

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