A mi gato se le cayeron ya todos los dientes
y se esconde bajo un mueble bajito.
Imagino su angustia
al recordar cómo le huían las arañas y las sombras,
cómo le temían las ventanas y los pájaros.
Perdió sus dientes
y se siente solo, siente el peso de cubeta honda
que es el tiempo.
Sus dientes eran su compañía,
su mejor amigo,
su huella digital sobre las cosas.
¿Cómo le explicas a un gato
qué es la vejez?
¿Cómo le dices que sólo ocurre?
Que un día abres los ojos y ahí está. Eres viejo.
La identidad es algo que no se pierde
excepto con el tiempo, con la vejez, con ir dejándonos en las personas.
Mientras escribo esto
mi gato está bajo una silla, huyendo de las arañas,
escondiéndose de las sombras de los insectos que le temían,
ocultándose avergonzado de los pájaros y las ventanas,
asustado de su nueva posición en el mundo,
aterrado de sentir sus encías deshabitadas, desalojadas sorpresivamente,
intentando despertar y despertar;
despertar
y que sus colmillos sigan ahí, prestos, dirigentes, altivos.
Ahora quiere volver a ser un gato
y no puede.
Ahora quiere devolverle a su hocico lo felino
y no puede,
no logra volver a ser un gato.
Y yo, que desde hace años hablo humano roto,
intento inútilmente ocupar
en su corazón
el sitio que su dentadura ocupaba.
¿Cómo explicarle a mi gato
que la vejez no sólo te quita sueños, no sólo encoge la esperanza?
Bajo su silla, bajo la seguridad protegida de su silla,
mi gato me explica
lo que es la vejez.
Alfredo E. Quintero, poeta mexicano.
Del libro: "Aquí podría caber todo el amor que nos tuvimos".
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