sábado, 24 de junio de 2017

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Hemos dormido esta noche en la terraza, como dos murciélagas.
Ella, cruzada en la colchoneta de 80, espléndida, reposada, feliz.
Yo, en el filito de dicho lecho, más en el suelo que otra cosa, pendiente de arroparla, de oírla dormir, de respirarla.
A las siete de la mañana se ha despertado, porque mira, yaya, hay luz, se ve el cielo por ahí y han apagado las luces de la calle. Cuando tiene razón, tiene razón.
Luego, bajo el sol de la mañana, hemos jugado, saltado en la cama elástica, paseado. Ella soplaba el chisme de hacer burbujas con tremenda concentración. Salían montones cada vez, un arsenal de cristales redondos y delicados, iridiscentes. Llenos, y es lo más importante, del aliento vital de la primera increíble persona que ha compartido conmigo el dormitorio de verano. Por eso, el aire esta mañana era un poco más limpio.
En el aire, su aire. En mi corazón, ella.

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