miércoles, 15 de junio de 2016

Elvira



Elvira tiene la sonrisa de niña pícara, 88 años y una tendencia a abrazarme.
Es friolera y le gusta poco ir a la calle a pasear. Pero, cuando decide salir, jamás lo hace sin pintarse los labios (darse el chori, como dice ella) ni ponerse unos zapatos cuquis, a veces hasta con un poco de tacón. Se da su colorete para estar en casa. Huele a Vanderbilt. Es coqueta.
Me repite cien veces la misma cosa. Se va de una conversación a otra sin pestañear, sin hacer una pausa. Y es que hay un alemán perverso afincado en su cabeza. "La enfermedad", lo llama ella. Es consciente de su deterioro.
Hace aún montones de cosas por ella misma. No se lo está poniendo fácil al alemán, no.
Hablamos mucho ella y yo. Hoy me ha dicho que no haga burradas, que todo eso me pasará factura. Que no acarree  peso, que no me pase. En ese momento el alemán debía estar despistado, porque me ha aconsejado como la mejor de mis amigas.
Elvira camina despacito, de mi brazo y ayudándose de una muleta. Pero sube las aceras altas como si nada.
Fué una mujer poco usual para su tiempo. Trabajó en el Metro de Madrid y en una gestoría. Se casó tarde para lo que se acostumbraba a hacer entonces.
Qué queréis que os diga? Si yo he de llegar a esa edad, ójala sea en esas condiciones. Como Elvira. Con sus labios pintados y su perfume.

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