
Mi Nana tiene orejas que apuntan a la luna.
Tierna y autoritaria. Corcel para los niños.
Su cuerpo es de canela mezclada con azúcar.
Potencia tan sumisa, me desborda y desarma.
Llora en gemidos quedos, si clama su tristeza.
Desde lejos me manda su amor a lametazos.
Es feliz si permito que se me ponga encima.
Me abruma su querencia constante hacia mi mano.
Mi Zorba está ocupado en mil cosas urgentes.
Atesora pedruscos cual si fueran diamantes.
Nervioso y complaciente, paciente y decidido,
pelo oscuro ondulado, suavecito y brillante.
Tiene de miel los ojos, por color y dulzura
y la mirada intensa, tranquila, interrogante.
Me quiere por derecho, muy fuerte y a empujones.
Su voz es el ladrido del coro de la noche.
Mi Bambú es delgadita, lo mismo que su nombre,
un junco de vainilla, alegre y pizpireta.
Está algo consentida, nos salió respondona
y muy alto nos dice su risa o su protesta.
Se acomoda, si puede, al calor del regazo
y se duerme tranquila aunque allí ya no quepa.
Qué bobita es a veces, eterna cachorrilla,
aprendiz de sus padres, ser de genes confusos.
Mis perros son la parte final de mi universo,
son la caricia misma, el amor más rendido.
Cada cual diferente, pero igual de entregado;
son la misma nobleza, son querer por instinto.
Mis tres perros son perros, nada más. Nada menos.
Bienvenida, gran fiesta al entrar a la casa,
asomados tristones mirando, si me alejo.
Son tres vidas que pasan al compás de la mía,
son amigos conmigo, son viento compañero.