Don Antonio
era maestro. No profesor, no: maestro. En la década de los sesenta, sobre todo
fuera de las grandes urbes, el maestro era un importante pilar y el escultor
que cincelaba la mente y el corazón de sus alumnos.
Era un hombre menudo, bajito. Metía los pulgares en sus tirantes, movía los cuatro
restantes y daba saltitos mientras explicaba las lecciones. Por eso
alguno de los niños le colocó ese mote alado, y aunque Don Antonio siempre supo
quién fué el autor, no tomaba represalias, movido seguramente por su innata
bondad.
El maestro
estaba enamorado de la hija de Andrés el zapatero. María zapatera, una chica
muy guapa, de buen porte, cuya casa estaba cerca del colegio.
El zaguán de
ladrillos rojos de la zapatería; Andrés, con sus gafas de concha, afanándose
con la lezna y el cabo y las puntillas finas en la boca. Don Antonio se dejaba
medio sueldo en poner suelas a sus zapatos, solo por ver a María. Puso tantas
suelas, que creció seis centímetros. A pesar de lo cual, la chica era mucho más
alta que él, lo que no impidió que, tras un cortejo que duró casi como la
chaqueta de Don Antonio, se casaran por fin.
El gorrión y
la zapatera formaron su nido. El era delicado y fuerte; ella, amorosa y altiva.
Innumerables partos no consiguieron que tuvieran un hijo, así que lo fueron
todos sus alumnos. Todos y cada uno de los niños eran hijos de Don Antonio y
María.
Al pasar el
tiempo, cuando el maestro veía a alguno de sus niños, ya convertido en hombre,
le decía mientras lo miraba: "a ti tampoco te estropeé, eres buen
tío". Porque quien tuvo la suerte de que Don Antonio Gorrión se cruzara en
su vida no podía resultar más que eso: un buen tío.
Muy bonito, y que pena que no se valore a los maestros en lo que valen.
ResponderEliminarBuen día del libro Sara.
Gracias, Pura. Es cierto, con la importancia q tiene un maestro, y la poca cuenta q se da la sociedad de eso...
ResponderEliminarFeliz dia del libro. Un abrazo.