lunes, 29 de junio de 2009

Un beso de esos

sábado, 27 de junio de 2009

Ayer te besé en los labios


Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,
rojos. Fue un beso tan corto,
que duró más que un relámpago,
que un milagro, más. El tiempo
después de dártelo
no lo quise para nada ya,
para nada
lo había querido antes.
Se empezó, se acabó en él.
Hoy estoy besando un beso;
estoy solo con mis labios.
Los pongo
no en tu boca, no, ya no...
-¿Adónde se me ha escapado?-.
Los pongo
en el beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que se besaron.
Y dura este beso más
que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
ni una boca lo que beso,
que se escapa, que me huye.
No.
Te estoy besando más lejos.




Pedro Salinas



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viernes, 26 de junio de 2009

Viejo, sordo, incontinente



Mi perro es bastante viejo. Casi dieciséis años. Hace casi dieciséis años iba yo zascandileando por Chueca cuando vi en la jaulilla de una pajarería un yorkie diminuto, más parecido a un murciélago que a un perro. Lo compré. Yo no sabía mucho de perros hasta entonces. Ahora sé casi todo. Tras años de estrechísima convivencia (me ha seguido con admiración en todas mis actividades diarias, sin exclusión) casi me atrevo a decir que nadie me ha querido tanto como él. No hay cariño de un hombre que se ponga a la altura de semejante enamoramiento.
Las visitas han sido testigos de la fascinación que el pequeño murciélago ha sentido siempre por mí. Me sentaba a comer y me miraba desde abajo como diciendo, "mírala, qué bien mastica". Me echaba la siesta y él se la echaba conmigo; debía de presentir el momento en que yo iba a abrir los ojos porque, cuando me despertaba, lo primero que encontraba eran los ojos negros bajo el flequillo perlado. Tampoco me quitaba ojo mientras escribía columnas, novelas, guiones, "no hay otra como ella -parecía pensar-, algún día, este país le dará el lugar que le corresponde: el Parnaso". Sé que hay lectores que considerarán pueril mi relato. Lo asumo. Si Hitchcock abominaba de rodajes con perros y niños, también hay lectores que en cuanto ven que un artículo se llena de animales, pasan la página. Que la pasen. Es una aspereza típicamente española. Ésa es una buena razón para hojear de vez en cuando la prensa internacional. El otro día, en The Washington Post, venía un extracto conmovedor de Old Dogs, de Gene Wengarten y Michael S. Williamson, un ensayo sobre la experiencia de convivir con perros viejos. Uno de los autores recuerda con nitidez el día en que sintió que su perro comenzó a envejecer. Yo también lo tengo fechado: mi perro se hizo viejo el primer invierno que pasó en Nueva York. En otoño, la ciudad le volvió loco. En contraste con los educadísimos perros neoyorquinos, el mío, iba cruzándose de lado a lado de la acera, queriendo atrapar todos esos olores a mierda de las alcantarillas, a flores de los coreanos, a esas bolsas enormes de comida que tiran por la noche y en la que, si te fijas con atención, ves moverse a las ratas por debajo del plástico negro. Pero llegó el frío hiriente, ese que te quema la cara y te agarrota las manos, y el pobre empezó a andar de puntillas como un Chiquito de la Calzada a cuatro patas. Sucumbí ante eso que hasta hacía un año me parecía una bobada anglosajona: el abriguito. Y es que un perro de Chueca no estaba hecho para esos hielos. Tampoco para los calores agosteños. Recuerdo una mañana ardiente de verano, tras hacerle andar cinco kilómetros por la avenida Madison, que el pobre se me desparramó en el charco de agua que se forma bajo los quioscos de flores y ya no hubo manera de que anduviera. Me lo llevé a casa en brazos con la pelambre chorreando. Ay, esos mis primeros tiempos de soledad. Él provocaba que me saludaran los niños y las viejas. Alguna vez que nos ausentamos de la ciudad, vivió en casa del escultor Leiro y se convirtió en un personajillo querido y célebre entre los vecinos de aquella zona de Tribeca. Sí, yo presentía que se estaba haciendo viejo. Al principio fue un cambio sutil. De joven, había sido como ese chihuahua argentino del chiste que vive en Alemania y le dice a otro perro, "yo en mi país era un dóberman". Él siempre se había considerado un dóberman. Era mi perro de defensa, no es broma. En cuanto llegaba alguien a casa esos cinco kilos se enredaban entre las piernas de la visita, que se quedaba atónita, aturdida. Pero ese espíritu chulesco se fue aplacando; a esta nueva paz contribuyeron la ceguera y la sordera. Pero en vez de reaccionar con frustración y tristeza, como haría un ser humano, mi perro viejo fue optando por la tranquilidad de espíritu. Ahora, no me cabe duda, es un sabio. En verano encuentra el rincón más fresco, en invierno el rayo de sol más sabroso; no tiene prisa por levantarse, si tú te levantas a las doce él se levanta a las doce, si tú te levantas a las ocho él se levanta también a las doce; ya no quiere alejarse más de cien metros de casa, cuando llega a la esquina, se da media vuelta y da por finalizado el paseo; prefiere dar paseíllos por el patio, como si fuera un jardinero experto, disfrutando del olor de cada hoja; y si se mea (lo que ocurre con cierta frecuencia) ya no corre a esconderse bajo el sofá con miedo a ser castigado. Cuando te ve acercarte con la fregona, te mira como diciendo, "tengo derecho a mearme, soy un viejo incontinente". Un amigo me dijo un día, "me encantan los perros, pero no los tengo porque su ciclo de vida es demasiado corto". Es cierto. Pero hay algo tan digno en su vejez, esa capacidad para convertir las limitaciones físicas en placidez contemplativa, que su actitud se convierte en una lección diaria. Cierto es que a veces echo de menos esa adoración sin límites que le hacía mover la cola sólo por el hecho de que yo le mirara. Hemos cambiado los papeles, ahora soy yo quien de vez en cuando se acerca a su cojín. Le miró esos ojos como canicas que miran sin ver y le digo, "cuánto te admiro". Y él ronronea, entiende mi admiración. Es un viejo con la autoestima por las nubes.


Elvira Lindo
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miércoles, 24 de junio de 2009

La mujer que le pone nombres a las montañas


La mujer que le pone nombres a las montañas
acaricia las piedras con sus manos de espuma.
No sabe que las rocas la conocen, la esperan,
porque nadie les dice palabras tan hermosas,
porque nadie las mira del modo enamorado
en que sus ojos claros, lagos de trigo verde,
mas que mirar, inundan de ternura el paisaje.

La mujer que le pone nombres a las montañas
es palpitante parte de árboles incontables,
es latido caliente, corteza milenaria,
es su piel femenina fundida con los bosques.
Por sus arterias corre la savia de la isla.
No cortéis la palmera, que sangrará su sangre.

La mujer que le pone nombres a las montañas
camina por la playa con su saco de penas.
El mar, que la comprende, sobre sus hombros pone
un chal de húmeda brisa más suave que la seda
y le canta una nana, salada como el llanto,
se le enreda en el pelo, la arena como estrellas,
le besa los tobillos con sus labios de yodo
y le crece en el alma igual que una marea.


Para mi tata Pili, con amor.
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domingo, 21 de junio de 2009

Soneto de la dulce queja



Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua y el acento
que de noche me pone en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.

Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas; y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla,
para el gusano de mi sufrimiento.

Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío,

no me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi otoño enajenado.



Federico García Lorca

sábado, 20 de junio de 2009

miércoles, 17 de junio de 2009

Puesta de sol




He visto al sol ahogarse muy despacio
en la belleza lineal del horizonte.

Como un enigma la música y los pinos.

El mar sonríe, azul, un gran topacio;
abre sus fauces saladas y lo bebe
de un largo trago ritual de fuego y oro.

Queda la estela rosada que le llora,
se asoma dentro del mar, que no ha podido
cegar la luz de ámbar que desprende.

La ceremonia del día y de su muerte,
milagro extraño delante de mis ojos,
ciclo infinito de vida que no para.

Como testigo, la inmensidad del monte.

Como un aroma la roca y la quebrada.




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sábado, 13 de junio de 2009

Capítulo 7


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.



Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.



"Rayuela" Julio Cortázar



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jueves, 11 de junio de 2009

The lion sleeps tonight






Aprovechemos, el león está dormido.



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martes, 9 de junio de 2009

Enemiga


No seré tu enemiga, porque te quise mucho.
Ha llegado el momento de separar el rumbo
que unía nuestras barcas por el mar de la vida.
Voy a navegar sola, a merced de otros vientos.

Se me ha apagado el fuego que encendió tu mirada.
Mis labios no desean el sabor de tus besos.
Las lágrimas me queman la cara, como entonces,
pero son de tristeza al verte tan herido.

No seré tu enemiga, porque te quise mucho.

Hemos escrito juntos la mitad de la vida.
Mírame desde el fondo de tus ojos de lluvia
hasta el fondo infinito de mis ojos de luto
y dime, como el viento, que nos haremos libres,
nos dejaremos libres para no hacernos daño,
que el amor se ha perdido por los rizos del tiempo.
Dime que me has querido, y démonos la mano.



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sábado, 6 de junio de 2009

En la fecha



Solo de ti, lleno de ti,


esta tarde a las 7,


el ciudadano de tu ausencia


se palpaba la cara, la voz, los papelitos,


de veras comprobando


que tus ruidos andaban por sus huesos


y en general te habías ido.



Golpeó puertas, teléfonos.


La gran ciudad estaba equivocada sin tu pelo, señora,


y él sentía tirones detrás del corazón.



A lo mejor era el tabaco,


de todos modos yo soy otro:


un pedazo de ti,


alguien a quien castigan puertas, ruidos, teléfonos,


y, andá a saber por qué,


toda la parentela de la muerte.



Juan Gelman (El juego en que andamos)



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viernes, 5 de junio de 2009

Soñar contigo

miércoles, 3 de junio de 2009

Perdona


Perdóname el minuto en que me desespero
el minuto en que espanto todas las mariposas
perdóname el silencio, la noche, las tormentas,
cada risa que pierdo y el miedo que me sobra.

Perdona si me pueden, a veces, los ayeres,
si extravío mis pasos por caminos cortados
perdona si parece que estuviera muy lejos...
se me pasa en seguida y regreso a tu lado.
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martes, 2 de junio de 2009

Premio Pedagogía y Afecto




"Un premio para los blogs que transmiten mensajes de amor, cariño, amistad".
Este premio me lo ha concedido el Blog ASI NO HAY QUIEN VIVA
Muchísimas gracias, Javier. Me estás malcriando.
A mi vez, se lo paso a estos dos Blogs:

lunes, 1 de junio de 2009

Soneto 126


Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor: quien lo probó lo sabe.


Lope de Vega
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