Tiene un ritmo cambiante, distinta intensidad. Es música.
A veces se derrama despacio, se deja caer como lágrimas o
como caricias, suave, sin ruido. Puede ser tan menuda que no sabes si te moja o
te pincha de mentira. Puede ser tan leve que desafíe la ley de la gravedad y
vaya bailando hasta caer en el suelo, como una diminuta y redonda plumita.
A veces es fuerte, se enfada y trae un recado de los dioses:
no sois nada, no podéis contra la furia y la rabia del cielo. Entonces son
gotas enormes que se estrellan con estrépito en los cristales de mi ventana,
que encharcan el suelo de mi terraza. Una percusión de como dedos que
tamborilean directamente desde las nubes sobre los coches, el empedrado, la
tierra y los árboles (benditos árboles). Por la calle, la gente camina
apresurada bajo sus paraguas. Las luces nocturnas se reflejan en los charcos
del suelo y mi calle, desde ese ángulo, podría ser Broadway, París o Milán,
porque el asfalto mojado es un gran lienzo impresionista donde todo tiene
cabida. Cualquier ilusión, cualquier deseo, cualquier esperanza.
Me gusta oír la lluvia. Un cacao caliente, unas velas, el
cercano y embriagador aroma de los jacintos, la seguridad de tu guarida. El
tiempo parece pararse sobre la colorida mantita de lana que te arropa y, mientras
llueve afuera, dentro hay una tibia quietud, una especie de paz. Y aunque
siempre falta algo o alguien, se parece mucho a la felicidad.
Si....
ResponderEliminarFelizmente lleva lloviendo unos días, ya hace charcos en la tierra labrada, una gozada... :)
Besos y salud
Esta lluvia q nutre la tierra y el alma...
EliminarBesicos, Genin.
La lluvia, una mantita, el sofá y buena compañía, muy cerca de la felicidad , si.
ResponderEliminarEs cierto. Tan cerca de la felicidad q incluso podria serlo.
ResponderEliminarGracias por venir, besicos.