Mujeres al borde de una orilla infinita y soleada. Mujeres al borde de un camino que las lleva hacia una casa vieja, en pueblos pequeños y desolados. Mujeres que llegan al hogar y ven la sombra de otras mujeres, ancianas que cosen camisas, alientan el fuego o alimentan a los animales. Mujeres con niños a cuestas, cruzando fronteras de púas y barro. Una muchacha corriendo como una exhalación por la ciudad, dirigiéndose a un futuro que le pertenece. Sara el día que se fue a la Facultad con una maleta llena de sueños. Las madres de la infancia, sus brazos desnudos en el alféizar, su voz abriéndose paso en una mañana diáfana. Las mujeres que conversan al sol mientras la vida se despereza a sus pies: criaturas que duermen en su regazo, gallinas picoteando el maíz, un mastín bostezando con añoranza solemne. Mi chica saliendo de un auto ochentero, vestida de blanco, guapa como las rosas, en el umbral de una ermita babiana. Mi madre y los paños blancos sobre mi frente esmaltada de fiebre. Las jóvenes que viajan solas, su cuerpo enredado en un vagón de madera y terciopelo. Las madres de nuestros amigos, mirándonos con una mezcla de aprobación e ironía. Esas chicas que te cruzas en la calle una tarde de abril: insólitas, bonitas, luminosas como el jade. Mujeres que se hicieron libres ignorando a tanto clérigo fanático y reprimido. Mujeres que te cogen de la mano cuando les ofreces lumbre y te miran a los ojos con insolencia y ternura. La niña aferrada al abrigo de su madre como a la crin de un caballo, a un pomo que se cierra, a una almohada en la oscuridad. Mujeres que cruzan playas de rocas negras, de ojos negros, huyendo de la noche larga, furtivas como alondras. Mujeres que llegan a tu país en patera y su nombre suena a savia y cascabeles. Mi hermana madrugando para ir a cuidarme al hospital. Una chica que vi en el tren leyendo un libro de tapas rojas: su mirada soñadora, el pelo recogido en una trenza, los labios sonriendo como colibríes (lamentar que nunca la volverás a ver). Las niñas que saltan, que indagan, que corren en los patios de los colegios: la verdad y la pureza está en la luz inteligente de sus ojos. Todas las mujeres que amaste; todas las mujeres que te hicieron sentir como un niño y como un hombre. Eva robando la manzana y sembrando la belleza de la duda sobre la tierra. Las mujeres de todos los cuadros, la expresión indescifrable de sus rostros antes de salir del pincel. Sara llamándonos desde ciudades lejanas, Montevideo, Hanoi, Amsterdam. Todas las mujeres que apagan las luces en el mundo, como si de ellas dependiera nuestro sueño. Y el bronce de la luna volcándose sobre la noche del mar: esa proeza, ese resplandor, también es una mujer.
Miguel Paz Cabanas
Gua, que bonito¡¡
ResponderEliminarMiguel Paz es un pedazo de escritor y poeta. Me alegro de q te guste.
ResponderEliminarBesicos.