Hay poemas de amor que solo se escriben
en los muros,
muros desconchados,
nocturnos,
devorados por la soledad.
Los he visto en ciudades malditas,
en estaciones desoladas,
en callejones donde no penetraba la luz.
Caminaban por su filo gatos viejos
y mañanas gimiendo desnudas.
En los muros de la infancia
no son necesarios los mensajes de amor
(tampoco al final,
en la alcoba vacía,
cuando las sábanas languidecen).
Pero,
escuchad,
hay un muro donde todo acaba,
donde todo deja de ser,
donde sobran las palabras.
El ruiseñor no canta entre sus púas,
nunca lo hace.
Podrías grafitearlo sin descanso,
pues la lluvia borra su memoria
y desde las ventanas de los coches
(solitarios, nocturnos)
parecen brochazos de Dios.
Piedad de los versos en los muros del amor,
donde escribí tu nombre por primera vez,
donde te besé a hurtadillas
y se alejaron mis manos de tu espalda.
Los poemas de los muros,
cuando nadie los lee,
se parecen a callejones sin luz.
Miguel Paz Cabanas
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