Por la mañana, temprano, supe que aquel dolor anunciaba, por fin, el momento. Las contracciones no eran frecuentes, así que, tranquilamente, recogí la ropa seca de las cuerdas, la doblé y la guardé. Aquello iba rápido. Me metí al baño a darme una ducha, y mi hijo de tres años y medio, como tantas otras veces, dijo que se duchaba conmigo. Cuando llegaba el dolor fuerte, yo resoplaba respirando, tal como me habían enseñado, y él resoplaba conmigo, y me daba la risa, y el ejercicio me parece que perdía mucha eficacia.
La bolsa del hospital ya estaba preparada desde tiempo atrás. Llegamos a la casa de mis padres, donde íbamos a dejar a Diego mientras yo andaba ocupada en lo mío, y mi padre, sin decir nada, cogió su chaqueta y se metió en el coche con nosotros. No pidió opinión ni permiso, solo vino. Recuerdo la emoción de mi yaya, con lágrimas en sus ojos, mientras me despedía y me deseaba una horica corta. Y la seriedad de mi madre, callada.
Cuando llegamos al hospital, la puerta de mi cuerpo ya estaba bastante abierta. Aún así estuve en una sala con otras mujeres, poco tiempo por fortuna, porque alguna gritaba mucho y yo no decía ni una palabra, y todo eso me resultaba más perturbador que mi propio dolor.
Mi parto fue una clase práctica de obstetricia: el paritorio estaba lleno de estudiantes, con el médico explicando cada maniobra que hacía. En realidad, me importaban poco tantos espectadores. Yo estaba a lo mío, a respirar, a hacer ese trabajo de la mejor manera.
No tardó en asomar la cabeza. En un tiempo sin epidural, el momento de la expulsión era el más liberador, el más sencillo.
Y allí estaba Diana. Magnífica y lustrosa, con los ojitos abiertos a un mundo por conocer, sanita, completa, perfecta. Volví a sentir el vacío de mi vientre desocupado, y una especie de miedo ante la incertidumbre de esa vida nueva que había salido de mi; la revolución loca de mis hormonas y el tremendo cansancio.
Pido a quien corresponda no olvidar nunca todo esto, porque recuerdos como este me hacen sentir de nuevo el momento, y está lleno de belleza.
Hoy hace cuarenta años de eso. Felicidades, hija.